De todos los futuros, prefiero el que no puedo imaginar. El viaje y no el destino. No tengo prisa por llegar. Tengo libros, maletas y tiempo.
En la ciudad hay tantas noches que recuerdan a otras, que en la memoria parecen fotografías. Aqui, en el campo, oscurece primero donde escasea la siembra, y la soledad no es silencio ni calma, cuando la noche acostumbra a extenderse desde dentro hacia fuera.
Hay lagunas en mis recuerdos que he llenado con imágenes que no fueron de mi vida y ahora me pertenecen.
No conocíamos los nombres de la mayoría de las cosas. Sabíamos como olía el hierro y adivinábamos las estaciones con los ojos cerrados. Los domingos nos obligaban a llevar limpias las rodillas; pero las cicatrices más recientes, en los sitios más evidentes, eran un motivo de orgullo. Aprendimos, antes que los nombres, que las cosas que son comunes, en el espacio y en el tiempo, son distintas en la memoria; y que la diferencia preocupa menos cuando no estás solo.
“Dejar descansar sobre una fina lámina de aceite una cama de cebolla y sobre esta una cama de patatas. En su momento dejar que el besugo, tumbado, pueda ver desde adentro, con sus ojos tus ojos atentos, y esperar, distraido, como quien hace números con sus recuerdos…”
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